Desde 1953 se utilizan listas de 21 nombres —ordenados alfabéticamente— para los fenómenos tormentosos destacables de cada año y según son detectados se les bautiza con uno de ellos.
Esos nombres tienen la peculiaridad de ser relativamente sencillos y empezar cada uno por una letra del abecedario internacional (no se incluyen algunas como Q, U, X, Y, Z).
Para los fenómenos meteorológicos de la Cuenca Atlántica existen seis listas de nombres diferentes y cada una de ellas se aplica durante un año, de forma que en el séptimo año se vuelve a la primera de ellas.
Los de este año son Arlene, Bret, Cindy, Dennis, Emily, Franklin, Gert, Harvey, Irene, José, Katrina, Lee, María, Nate, Ophelia Philippe, Rita —el que está previsto que llegue a Texas este sábado—, Stan, Tammy, Vince y Wilma, mientras que entre los del 2006 se encuentra nombres tan hispanos como Ernesto, Oscar y Rafael.
Normas internacionales
Los 21 nombres de cada lista se respetan siempre, salvo si los efectos del fenómeno meteorológico en cuestión han sido especialmente devastadores.
En ese caso, y a petición de cualquier país afectado, el nombre puede ser retirado de la lista y sustituido por otro -inglés, español o francés- que comience con la misma letra.
Así, los meteorólogos han retirado nombres como Hugo, Andrew, Roxanne, Mitch, Allison, Audrey o Luis, por lo que ninguno de esos nombres podrá volver a ser utilizado hasta que pasen, al menos, diez años.
Con esta medida se pretende evitar confusiones históricas o legales relativas -por ejemplo- a reclamaciones, seguros o ayudas públicas.
El problema que ha surgido este año es que, con el aumento de este tipo de fenómenos meteorológicos, es muy posible que se llegue a bautizar a “Wilma”, el último nombre de la lista prevista para 2005.
En ese caso, las normas internacionales establecen que a continuación debe recurrirse a los nombres de las letras griegas, con lo que, por detrás de “Wilma” la próxima tormenta tropical o huracán que se detecte se llamará “alfa”, la siguiente “beta” y así sucesivamente.
Los meteorólogos aseguran que bautizar a los huracanes, tifones, ciclones y tormentas tropicales ayuda a identificarlos, facilita su estudio, evita errores y permite que la población tome conciencia más rápidamente de avisos y alertas sobre ellos.
Según la OMM, el primer nombre propio lo puso el meteorólogo australiano Clement Wragge a principios del siglo pasado, quien elegía nombres de políticos que le desagradaban; pero se dice que fue a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando los estadounidenses empezaron a bautizarlos con los nombres de sus “amadas”.
Quizás ésa sea la razón de que en principio todos fueran nombres femeninos, aunque hay quien dice que se debe a su carácter imprevisible y a su fuerza.
Los nombres masculinos no fueron introducidos sino hasta 1978 por la OMM y el Servicio Meteorológico de EU, que elaboraron unas listas que se usan en la mayoría de zonas ciclónicas, salvo en el Pacífico Noroccidental, donde se designan con nombres de flores, pájaros y comidas.
Antes de que se utilizaran los nombres propios, en las Antillas era tradicional utilizar el santo del día en que afectaba el huracán, con lo que hubo el Santa Ana un 26 de julio de 1825; dos San Felipe: el 13 de septiembre de 1876 y luego en 1928 o el San Zenón el 3 de septiembre de 1930.
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